El chanchito que sirvió de comida durante la guerrilla
No quiero ser invisible. Me lo repetí a mí mismo muchas veces.
Esos ojos tristes sí que son míos. Caí en cuenta que mis ojos siempre están tristes. Esos ojos burlones mirando el tiempo. El tiempo es lineal, y a veces espiral.
Estoy en una hermosa casa de campo: tirado en el pasto, viendo las nubes pasar y hacerse agua. Demasiado cliché, a decir verdad. A reserva de todo lo demás, sé que me gusta la vagancia: de pensamiento, de puño y letra, mirar territorios nuevos. Hacer todo palabra y mandar al carajo a las lagartijas que dormitan en las macetas.
En esa búsqueda de colores me pongo a jugar con la lógica. ¡Ay! Pero eso no lleva a ninguna parte. Abrí la ventana con la esperanza de que se cuele un sueño, una utopía. Nada, ni siquiera un baile.
He aprendido a acorazarme. ¿Promesas incumplidas? Nada. Ni un sentir. Ni una molestia. Sólo espero que mi cámara fotográfica funcione bien. Ni una sonrisa. Aclaro que ni siquiera soy fotógrafo. Sería un júbilo serlo.
Hay como una corriente que todo lo arrastra. Destino podrían llamarle algunos o causalidad otros. Aunque los filósofos son muy cautos con esta última opción, no sé porqué. Yo no soy filósofo, tampoco místico y creo que carezco de lo elemental para ser considerado una persona.
No, no me gusta ser invisible. Para ser visible primero hay que ser persona. Quizá tomo demasiado café, cada tarde. No me pierdo del de las 6pm. Escucho música de sintetizadores hasta el amanecer. Cómo me aferro a las promesas...
Las palabras, el juego, adivinanzas. Soy malo con las adivinanzas: pero creo que la soledad me sienta mejor ahora. Estoy desencantado del mundo y de los mundos, de todos, los posibles, los imposibles. Ya no hay ideales por los cuales luchar. Ni me imagino en la Sierra Maestra, pero hace años me hubiese visto ahí, muriendo por algún ideal. Nunca ha habido nada concreto en mi vida. No termino de apropiarme de nada de lo que hago. ¿No es este el ideal del yogui?
¿Quién soy yo? Me preguntó un loco que vivía en la luna. El resplandor, ese asqueroso... No he termina de pulirme, estoy siendo en bruto. Mis movimientos son lentos. No valen la pena. ¿Doy pena? No quiero que me miren más de 6 ojos al mismo tiempo. Siento caer todo el peso de los juicios, el peso de 6 millones de años de evolución. Nunca he creído en dioses, aunque escucho sus cantos al caminar.
En mi vida pasado fui un ajolote. Regenerando, resistiéndome a perder algún miembro y recuperándome. Pobre ajolote. Ya no eres ajolote ni persona. Eres sonido y movimiento. El sonido de viejos sintetizadores, el movimiento de mecanismos celestes. Todo muy agreste. Ya se escuchan esos cantos primitivos del más allá. Susurros, nahuales. Sí, eso. Un hermoso nahual-ajolote. ¿Los nahuales sabían de felicidad? Yo no me siento feliz.
Leí sobre las autoexigencias: los límites imposibles se asemejan a una cadena de árboles junto a un peñasco -pésima metáfora-. Hay algo de caída libre en todas mis palabras. No existe manera de sacar ese monstruo. Es un narcisimo invertido.
El único bosque que conozco está en Tlalpan.
No quiero que mis palabras sean un simple juego de palabras que otras personas podrán citar en APA.
Ya no pienso en nada. Me conformo con mirar. Sí, sin duda no estaría yo combatiendo en la Sierra Maestra, no soy un Camilo Cienfuegos, ni un Fidel, tampoco un Raúl Castro. Soy más bien un cobarde, el chanchito que sirvió de comida a nuestros héores cubanos. Sería la tinta del "Cubano Libre", el desertor que fue fusilado rogando por su vida. Pero también sería el canto nocturno de los grillos, los gritos de las aves, y el temblor de la Tierra.
Siempre me vi como una gota bordeando una corteza de árbol. O como la risa alegre de los niños jugando con aire. Las pisadas de un perro callejero. El cartero a toda marcha. Un analfabeto. Bordeando las ideas, esos ojos tristes e invisibles podrían no serlo del todo. Tal vez aún haya oportunidad de encariñarme con el hecho de ser invisible para todos, con el momento estúpido del asombro por todo.
Sí, pero jamás podré ser invisible para mí y mi respiración.
Comentarios
Publicar un comentario